domingo, 26 de marzo de 2017

Suníes contra chiíes: el gran juego, la gran mentira

La división del islam entre chiíes y suníes es la mentira más voluminosa del recién estrenado siglo XXI. La más sangrienta, y también la más exitosa

 Por ILYA TOPPER
 20-05-2015

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad. He visto a suníes y chiíes tomarse una cerveza juntos en una taberna de Bagdad. La división del islam entre chiíes y suníes es la mentira más voluminosa del recién estrenado siglo XXILa más sangrienta, y también la más exitosa. 

Tan exitosa que hoy parece una verdad inapelable, eterna, base de cualquier enfrentamiento al este de Beirut: las masacres en Siriala guerra en Iraq, las escaramuzas en Yemen, las tensiones en el Golfo Pérsico. Al lector se le entrega un molde de dos colores, verde clarito y verde oscuro, suníes y chiíes, que pueda sobreponer al mapa del convulso Oriente Medio y todo queda aclarado. Son suníes y chiíes, cómo no van a matarse. Los suníes creen que los chiíes adoran al demonio, o casi, y los chiíes creen que los suníes son perros traidores del Profeta ¿verdad? Llevan matándose desde los tiempos de Mahoma ¿no?


No. La división entre suníes y chiíes se inventó en verano de 2003. Si alguien le hubiera dicho ese año a un ciudadano de Bagdad que en una década dejaría de ser iraquí para convertirse en suní o en chií, probablemente no se lo habría creído. Tal vez ni siquiera habría sabido decir en cuál de las dos categorías acabaría metido.

Miren el mapa hoy. Irak: milicias chiíes respaldadas por Irán combaten contra el Estado Islámico (ISIS), que es suní. Siria: Brigadas suníes de todo matiz, desde el ISIS y el Frente al-Nusra (Al Qaeda) hasta “moderados”, contra el régimen de Asad, que es chií (más o menos ¿no?) y por eso recibe apoyo de Irán. Yemen: Milicias huthíes, chiíes y por lo tanto respaldadas por Irán, contra el régimen yemení, defendido por Arabia Saudí (suní).  La gran divisoria religiosa, suníes por un lado, chiíes por el otro, ha demediado Oriente.

Que todo esto sea falso, no importa. El Gran Juego no puede prestar atención a esos detalles como si algo es verdad. La prensa a menudo tampoco.

Falso, sí. Quienes más tiempo llevan combatiendo contra el ISIS en Irak son los peshmerga kurdos: suníes. En Siria, la guerra del ISIS no se dirige contra Asad, sino contra los kurdos (suníes) y otras milicias rebeldes, más o menos religiosas (tras cuatro años de guerra, casi todos son ya muy religiosos, aunque sea por aparentar), milicias que usan la bandera del islam (suní) contra Asad y su régimen, pero ese régimen no es chií ni por asomo; es alauí. Cierto: desde hace siglos, es hábito colocar a los alauíes en el cajón de “chiíes”. Es más cómodo y se ahorra uno la ingrata tarea de tener que declararlos herejes, con sus consecuencias políticas y sociales indeseables.

Teherán, cervezas y minifaldas


En realidad, no existe ninguna semejanza entre la religión oficial de Teherán y la que practica la población siria que más respalda a Bachar al Asad. El nombre de la fe alauí se supone que deriva de Alí, el yerno de Mahoma, al que los chiíes tienen en especial estima, sí. Ahí se acaba lo que ambos tienen en común. La confesión alauí, si bien considerada islam a efectos legales en Siria, no conoce ningún rito, ninguna prohibición, no sigue a ningún líder religioso. En la teoría, reconoce el Corán como libro santo y le atribuye un significado oculto, que invalida el aparente. En la práctica, nadie conoce ese significado o nadie lo ha divulgado jamás. A efectos cotidianos, ser alauí significa ser agnóstico (o monoteísta no practicante). Significa cervezas y minifaldas en el paseo marítimo de Latakía, en tiempos de paz. Si la policía moral de Teherán se enterara...

Decir que Irán apoya a Asad porque comparten la fe chií, es tan inteligente como decir que Moscú respalda a Irán porque Jomeini era un ferviente discípulo de la Iglesia Ortodoxa.

Consta, además, que Asad nunca ha buscado chiitizar la fe alauí: si algo ha hecho es sunificarla, por ejemplo acudiendo a la mezquita en los días de fiesta, integrándose en las filas del rezo; un rezo dirigido por un imam suní. No adoptó las ceremonias de la pequeña minoría chií de Siria.

¿Y Yemen? Los rebeldes huthíes, una aglomeración de tribus en la frontera norte del país, lleva una década combatiendo contra el Gobierno. Casi igual de antiguos son los esfuerzos por pintar este conflicto como una guerra religiosa: los huthíes son zaidíes, una rama del islam chií que se diferencia de la iraní en que sólo reconoce a cinco imames históricos, en lugar de los doce de los 'duodecimanos' persas.

Era fácil rebatir esa falacia: Alí Abdalá Saleh, presidente de Yemen desde 1978, también era zaidí, y también lo son varias tribus aliadas con el Gobierno contra los huthíes. Desde que Saleh entregara, en 2012, el cetro a su vicepresidente, Abd Rabuh Mansur Hadi, suní, es menos visible lo absurdo que es colocar el molde suní-chií encima del mapa de Yemen. Y de repente se ha convertido en verdad incuestionable la propaganda que los medios oficiales difundieron durante años, sin que nadie se lo tomara en serio: que los huthíes son unos peones cuyos hilos mueve Irán.

Ahora, alguien en alguna parte, quizás no muy lejos de Washington DC, ha decidido que es verdad, y nadie se pregunta de qué manera Teherán ha apoyado todo este tiempo a los huthíes. Si les estaba mandando armas y dinero, y si era por telekinesis u otras vías. Establecida esa verdad pública, poco sorprende que con los huthíes en el poder en Saná, tanto ellos como Teherán hayan entrado al juego: ahora sí hay alianza.

Dios es Todopoderoso… si hay suficiente petróleo

La mentira funciona porque es útil para ambos bandos: permite mover peones sobre una tabla de ajedrez geopolítico y aclarar posiciones. El siglo XXI es el de las religiones, o eso va pareciendo, como el XX fue el de los nacionalismos, y ya no sirve pegarles banderitas de colores nacionales en la espalda a los muñecos del futbolín: Dios ha renacido y es Todopoderoso. Si hay suficiente petróleo, claro.
Podemos fechar el nacimiento de la mentira suní-chií: verano 2003 en Bagdad. Paul Bremer, tildado de “virrey de Iraq”, decide qué hacer con un país sin liderazgo local. ¿Convocar elecciones? ¡Dios no lo quiera! ¡Elecciones en Oriente Medio, habrase visto! De manera que Bremer prohíbe el partido Baaz y establece un Consejo Gubernamental en el que reparte el poder según cuotas religiosas y étnicas: trece chiíes, cinco suníes (árabes), cinco kurdos (suníes), un turcomano, un asirio (cristiano).
Era la vía perfecta para convertir una capital con larga tradición política en un cuadrilátero de boxeos tribales. Porque eso es lo que son suníes y chiíes: denominaciones tribales, no religiosas.
Sí: la diferencia teológica entre chiíes y suníes es cero. Literalmente cero.
No existe una doctrina chií frente a una doctrina suní del islam. En primer lugar, porque no existe una doctrina suní. El discurso de un imam oficial de una mezquita (suní) de Marruecos, el del telepredicador yihadista (suní según asegura) que se vende en la puerta, y la práctica religiosa del campesino que pasa por delante (suní según le dicen), tienen menos en común que el Papa con Lutero.
Lo que sí hay es una convergencia de los fundamentalismos islámicos, llámense chií o suní, hacia una práctica común. Teólogos de Teherán y El Cairo coinciden hasta en los centímetros de la piel que una mujer puede mostrar en público sin ser tildada de puta. Busquen en los discursos de Ahmadineyad y de Mohamed Mursi diez diferencias respecto a moral pública, aborto, homosexualidad, alcohol, caricaturas, poligamia, soltería; les augura una ardua tarea.
Teóricamente, una corriente teológica musulmana podría, sin salirse de los Escritos, declarar lícito el alcohol, establecer el límite de la decencia femenina en el top-less, abolir la poligamia, respaldar la libertad de apostasía y admitir el matrimonio homosexual. Pero no ha ocurrido. Hay un enorme consenso de interpretación entre teólogos suníes y chiíes; sus valoraciones divergentes de las colecciones de hadith, los dichos del profeta Mahoma, no bastan para fundamentar versiones distintas de la jurisprudencia islámica; la sharia es común a ambos. La oración es la misma. Si bien en regiones con colectivos chiíes y suníes, como Iraq o Yemen, era habitual que cada grupo tuviera sus propias mezquitas, igual de común era rezar juntos.

Si el ISIS supiera algo del islam…

Hoy circulan tantas leyendas urbanas que cabe repetir: no es cierto que los suníes consideren herejes a los chiíes o viceversa; quien no reconoce la validez de ambas corrientes no puede llamarse musulmán. No es cierto que los chiíes consideren a Alí su profeta, en lugar de Mahoma. No es cierto que los suníes nieguen la legitimidad de Alí como cuarto sucesor (califa) de Mahoma. Basta con darse una vuelta por las mezquitas otomanas (suníes) de Estambul: exhiben los nombres no sólo de los cuatro califas, sino también, en igual caligrafía, la de los dos hijos de Alí, Hasan y Husein, tan “venerados por los chiíes”. Venerados por el islam, punto.
Al aprender en el colegio la historia (es decir la leyenda) del siglo VII, los niños suníes memorizan la disyuntiva de los musulmanes de la época: “Nuestros corazones están con Alí y nuestras espadas con Muawía”, su adversario victorioso. Millones de suníes se llaman Alí o Husein, harto difícil es encontrar a alguien de nombre Muawía. Nobles y reyes (como la dinastía marroquí) en todo el mundo “suní” revindican ser descendientes del Profeta, por supuesto a través de la familia considerada fundadora del bando chií.
¿Y la doctrina mesiánica de aguardar el Último Imam, tan característica de los chiíes (reconocida por la Constitución iraní)? Sí, pero a los suníes, ese mesianismo se les da hasta mejor; véase la guerra del Mahdi sudanesa (1881-1899), o la revuelta de 1979 en La Meca. (Si los del ISIS supieran algo del islam popular, en lugar de basar su doctrina en el orientalismo europeo, habrían proclamado un Mahdi en vez de un califa).
Donde hay diferencias es en la práctica de ciertos festivos, especialmente en las espectaculares -y sangrientas- celebraciones chiíes de la Ashura que rememoran la muerte de Husein, hijo de Alí, en la batalla de Kerbala (año 680). Marcan una enorme diferencia visual frente a las sociedades suníes. Visual. Pocos se acuerdan hoy de que en el Magreb (suní), la Ashura también se celebra. Y, si bien en Marruecos los entendidos aseguran que no tiene que ver con la batalla, sino que expresa un vínculo de amistad con los judíos, en Túnez, donde se visitan ese día los cementerios y las mujeres se maquillan en señal de duelo, no lo tienen tan claro.
Derivar de la fiesta de Ashura un enfrentamiento religioso y político entre chiíes y suníes es tan racional como explicar las guerras napoleónicas y el sitio de Zaragoza con el hecho de que los católicos franceses no usan capirote ni cargan vírgenes durante la Semana Santa.
No, ni Napoleón se interesó por capirotes, ni Jomeini y Sadam Husein se bombardearon por la Ashura. Su cruel guerra de 1980 a 1988 se libraba entre los Estados de Irak e Irán, entre sus pretensiones nacionales, no entre ramas teológicas. Las tropas iraquíes que invadieron Irán eran chiíes en gran parte. Los únicos iraquíes que se pasaron al enemigo y permitieron una contraofensiva iraní eran kurdos suníes. A los soldados les habría sorprendido mucho que alguien les hablase de teología.

Cuando en Oriente Medio se moría por ideologías

Porque así era la sociedad llamada árabe en la segunda mitad del siglo XX. En los 50, en Bagdad había huelgas, manifestaciones, conjuras, tiros en plena calle… entre cuatro grandes bloques: comunistas, nacionalistas, baazistas y liberales. Corrientes ideológicas a las que uno se afiliaba. En esa época, los ciudadanos de Oriente Medio elegían por qué ideas querían morir.
Hoy no se elige nada. Hoy se nace en una tribu con nombre divino, decretada por Paul Bremer en 2003 para compartimentar la sociedad de lo que llevaba muchas décadas siendo una nación. La prensa ayudó, hablando de jeques y dirigentes tribales, confundiendo el Irak del siglo XXI con un remake de Lawrence de Arabia. Luego hubo que lanzar una marea de analistas de certificada oposición a Washington y a toda guerra imperialista, para explicarle al mundo que “la democracia no se puede exportar” y que los musulmanes no la necesitan porque son más felices sin ella. “Democracia” llamaron ellos al sistema tribal-confesional impuesto a Irak para destruirlo. Si los diccionarios tuviesen alma, se suicidarían.
Así nacieron lo que luego se dio en llamar “partidos” iraquíes: milicias pagadas por los cabecillas del Consejo para mantener su cuota de poder asignada por el dios norteamericano. Milicias que se dedicaron a delimitar sus territorios y a pasar a cuchillo todo aquel en cuyo carné figurase un apellido enemigo. Tampoco en esto hubo diferencias entre suníes y chiíes. En comparación con los métodos que los escuadrones de exterminio de Bagdad, chiíes y con el visto bueno tácito del Gobierno, usaron contra los gais y lesbianas de la ciudad, las ejecuciones del ISIS, eso de precipitar a la gente de una torre, se podrían describir como humanitarias.
Pero ya nada de esto importa. El diseño ha funcionado, se ha conseguido revestir la mentira de tanta sangre que al final ha tomado forma material. Arabia Saudí y el Golfo, yihadistas e ISIS, contra Irán, el Hizbulá libanés, el Gobierno de Irak y una guerrilla huthí. Bandos marcados a fuego, usted morirá por quien nosotros decidimos porque usted ha nacido bajo nuestra bandera. ¿Elegir causa? ¿Defender una idea? ¿Democracia, derechos individuales? Usted es del siglo pasado, ¿verdad?
No, no. Aquí se combate por ser suní o chií, y lo mejor es que no importa quien gane, no importa en absoluto, porque la teocracia diseñada por un bando y el otro es exactamente la misma, con lo cual Dios ganará siempre, Dios y sus sicarios. El mundo que saldrá de ese Gran Juego del futbolín regado de sangre ya se ha decidido, Teherán o Riad, chador o burka, horca o decapitación, usted no se dará cuenta de la diferencia.

Ahora el único trabajo que queda por hacer es triturar entre las dos ruedas de molino a quienes pensaban distinto. A esos de antes, que creían en cosas como dar su vida por una idea, por la democracia, esos que, si habían conseguido evitar la cárcel y tortura de la policía secreta de Sadam o del Sah, gustaban de darse un paseo en parejita a orillas del Tigris y tomarse una cerveza de malteado iraquí. Claro, eso fue antes de que ardieran los naves de ataque más allá de Orión, antes de Bagdad, 2003.